jueves, 13 de agosto de 2009

Casablanca

Maldita sea. Yo sólo quería ver Casablanca... ¿Por qué tienen que armar tanto follón ahí afuera? Desde mi ventana puedo ver a varios de mis "queridos" compañeros de antidistrubios. Por el momentos son dos o tres, pero sé muy bien que si ésto se descontrola tendrán que mandar una jodida patrulla entera a lidiar con esos malditos chiflados.
Si es que, a la mínima se forma una puta turba predicando el fin de los tiempos...

Joder, adoro ésta película. La he visto miles de veces desde que la estrenaron en cines sonoros, todo un invento en mi época, y sigo emocinándome cuando Rick se descubre solo, junto a a Sam, en la estación del tren. Es un momento jodidamente triste. Me hace pensar en Holly, y eso me entristece todavía más.
Afuera todo sigue igual de loco, parece que han logrado contener un poco la situación, pero ni de lejos ha disminuido la marabunta.
De pronto, oigo un ruido extraño afuera, en el vestíbulo. Podría ser el perro de los Geller, siempre se les escapa una o dos veces por semana.
Más ruidos. No, definitivamente eso no lo hace ningún puto perro. Ni ningún jodido animal. ¡Por Dios bendito, estoy oyendo gritos! No hay ninguna duda, hay una mujer, una de mis vecinas, seguramente, gritando a pleno pulmón.
¡Jesús, parece que la persiguen! Voy corriendo a la sala principal. Ella va tocando todas las puertas, suplicando ayuda. Vamos, viejo, tienes que hacer algo. Maldita sea, ¿dónde coño he puesto a Joyce? Tengo los cargadores en el bolsillo, pero la pistolera está vacía. Vamos, piensa, maldita sea, maldito viejo de los cojones, hay una mujer en apuros y sabes que nadie en el maldito edificio (en la maldita ciudad, seguramente) tiene ganas de jugar a ser el héroe. ¡En la mesita de noche! ¿¡Por qué cojones la puse ahí!? Me estoy haciendo demasiado mayor...
Pero venga, date prisa, joder, de verdad está desesperada, puedo oír sus sollozos desde aquí y ni siquiera está cerca de mi puerta.

Ya tengo a Joyce, está amartillada, le quito el seguro (en esta puta ciudad nunca se sabe), y entonces oigo más voces. Alguien persigue a esa pobre chica. ¡Acaba de tocar a mi puerta! ¿Cómo he podido ser tan lento? El pasillo no es tan largo... Con las prisas me golpeo con el marco de la puerta, con la esquina del sofá, dejarán moretones seguramente, pero da igual.
Abro la puerta a correprisas y allí la veo. Es una de las chicas que se han mudado al piso del fondo del vestíbulo, apenas llevan unos meses en el edificio. Ni tan siquiera sé sus nombres. Parecían buena gente. Ella, concretamente, es la chica castaña (una preciosa melena lisa que le llega poco más de por debajo de los hombros), de rasgos afilados, muy agraciada, la verdad.
Evidentemente, de esa belleza no queda nada en éstos momentos. Está completamente desbocada, la expresión deformada, los ojos hinchados y enrojecidos del llanto y de puro terror. Envuelta en un escueto camisón lleno de trasnparencias, corre descalza en dirección al rellano.
Joe: ¡Chica! ¡La caballería está en camino!
Desde niño siempre he querido decir esa frase, y no sé por qué cojones me ha tenido que salir ahora, el momentos más inapropiado posible.
En ese mismo instante, una mano grande y fuerte me empuja hacia atrás, haciéndome caer de espaldas el suelo, de vuelta a mi piso. Es el tipo que la perseguía. No. Joder. Mierda puta. Son dos. Y... Espera, no he podido ver bien... Sí... Joder, van de uniforme, como yo. ¿Pero quién coño son? ¿Y qué coño quieren de esa pobre chica?
Se acabó, viejo, tienes que hacer lo que hay que hacer por que no hay nadie más para hacerlo.
Tal vez no sea el más indicado para éste trabajo, pero soy el único aquí que puede hacerlo.
Voy a reventar a esos hijos de puta bastardos...

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