Kenneth y yo subimos pesadamente las escaleras. Dejamos que la luz de los dos soles nos ciegue momentáneamente mientras caldea el sudor frío que recubre nuestra piel. El humo del cigarrillo se arremolina en mis pulmones, noto un poco de flema al final de mi garganta, el sabor del tabaco me inunda la boca.
Podría decirse que me he preparado para lo peor.
Y un cuerno.
A nuestro alrededor, todo es quietud. Nos miramos incrédulos, tenemos miedo de pronunciar una sola sílaba y romper ese mágico hechizo que lo mantiene todo en calma. Hace nada, todo eran coches disparándonos, persiguiéndonos y tratanto de matarnos. Ahora los sonidos más fuertes son los de nuestros pies cansados.
Joe: Tócate los cojones...
Y mi susurro rompe la magie. A lo lejos se oye el chirriar de la goma quemada al coger una curva a gran velocidad, y al parpadear el sonido ya no está a lo lejos, sino que se materializa en un coche patrulla destrozado, carente de cristales, con un conductor cubierto de sangre fresca conduciendo desquiciado. Se me para el corazón, parece ser que uno de esos hijos de puta a los que dimos por muerto ha decidido vengarse de nosotros...
Antes siquiera de mover un sólo músculo para intentar ponernos a cubierto, huir, esquivarle o bailar un jodido charlestón, el coche da un bandazo temerario y desaparece por una calle secundaria, haciendo caso omiso de la extraña pareja que formamos.
Una vez más, nuestras miradas se encuentran, confusas. Alguien me llama al móvil, noto la vibración de ese maldito cacharro. Me llevo la mano al bolsillo y recuerdo que nunca he tenido un trasto de esos.
No está vibrando un móvil.
Está vibrando el puto suelo.
Miro en la dirección de Central Park, por la que ha venido el coche, y empiezo a distinguir una nube de polvo ascendente y un rugido ronco. Segundos más tarde, empiezan a delinearse figuras humanas desgarbadas a la carrera y un olor dulzón y nauseabundo me azota la pituitaria.
La colilla humeante cae de mis labios cuando mi boca se abate por la impresión. Todo parece ocurrir a cámara lenta. Decenas de andrajosos corren hacia nosotros. No hacen distinción de clases, los jirones que llevan de ropa antes pertenecieron a monos de trabajo, trajes y corbatas, uniformes de camarera, incluso pijamas.
Ahora que están más cerca sé por qué corren de manera tan desgarbada, por qué el olor a podrido embota mi nariz...
A todos les faltan trozos de carne.
Hay quien tiene un ojo colgando, a quien le falta media cara, incluso un tipo sin piernas está aferrado a una señora mayor que corre demasiado para alguien con los tobillos tan gruesos; uno de ellos se tropieza con sus propias tripas y es engullido a pisotones por la multitud, otro empuña su propio brazo como una porra...
El Infierno a venido a Nueva York.
domingo, 27 de septiembre de 2009
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No sabes como estaba esperando este capitulo, y voy y el finde no puedo conectarme y luego dos dias de clase, que desesperacion.
ResponderEliminarCorto, sin entrar en mas detalles, pero por fin aparecen, que ganas de que sea la semana que viene y ver como continua la accion (aunque algo me dice que volveras a pasar a Micaela y me dejaras con la incertidumbre, jeje)
Bueno, para un lector que tengo, más me vale cuidarlo, ¿no? xD
ResponderEliminarDame una Z, Dame una O, Dame una M, Dame una B, Dame una I, Dame una E.
ResponderEliminarZ.O.M.B.I.E.
(all flesh must be eaten? tal vez)